Al empezar
la dieta sin lácteos, se suele rechazar tomar cualquier alimento que en su raíz
etimológica contenga el lexema [Lact],
mitad por desconocimiento de los alimentos que se pueden tomar sin riesgo
para la salud, y de la otra parte porque se asocia erróneamente como algo derivado de la
leche o que lo contiene en sí.
Pongamos un ejemplo: tanto en lo yogures lácteos como en los yogures vegetales, a menudo leemos en su etiquetaje “contiene fermentos lácteos” o “Lactobacillus”, y se disparan todas nuestras alarmas.
Que no cunda el pánico, podemos tomarlos con toda tranquilidad y seguridad, es más, ese producto es especialmente recomendable en nuestro caso, y pasamos a explicar porqué.
Las personas que sufren de intolerancias o alergias alimentarias, a menudo experimentan molestias digestivas que pueden abarcar desde reflujo, acidez, pesadez, hinchazón abdominal, a sintomatologías más severas como diarrea, cólicos y vómitos.
Pongamos un ejemplo: tanto en lo yogures lácteos como en los yogures vegetales, a menudo leemos en su etiquetaje “contiene fermentos lácteos” o “Lactobacillus”, y se disparan todas nuestras alarmas.
Que no cunda el pánico, podemos tomarlos con toda tranquilidad y seguridad, es más, ese producto es especialmente recomendable en nuestro caso, y pasamos a explicar porqué.
Las personas que sufren de intolerancias o alergias alimentarias, a menudo experimentan molestias digestivas que pueden abarcar desde reflujo, acidez, pesadez, hinchazón abdominal, a sintomatologías más severas como diarrea, cólicos y vómitos.
Cuando
aparecen los cólicos y las diarreas severas, se hace especialmente necesario
moderar la dieta hasta que desaparezcan dichos síntomas, y a su vez, combinarla con suplementos
probióticos.
Pero ¿qué son los probióticos?
Las bacterias no sólo están presentes en el mundo que nos rodea, si no que forman parte de vegetales y animales, hasta el punto que el intestino humano está poblado de millones de ellas.
No hay que pensar que toda bacteria es patogénica en sí, más bien al contrario: cada bacteria cumple con un objetivo, aunque el ser humano se ha beneficiado especialmente de aquéllas que descomponen los alimentos en nutrientes saludables. Llevan millones de años cumpliendo con su cometido, y por ello se conoce de sus “beneficios” por distintas culturas.
Las bacterias, levaduras y mohos presentes en los alimentos son las responsables de la fermentación de los azúcares que los componen, transformándolos en nutrientes fácilmente digeribles y con valor nutricional, así los mongoles descubrieron que la leche a menudo se “fermentaba” confiriéndola un aspecto cuajado y burbujeante pero dotándola de un sabor especialmente agradable al paladar: la llamaron Kéfir.
Los pueblos de la Europa del este como Alemania, Alsacia y Polonia, descubrieron que si dejaban hojas de col en salmuera (remojadas en agua con sal) obtenían un alimento agradable al sabor y además altamente nutritivo: el chucrut.
Louis Pasteur demostró en 1857 que determinados microorganismos eran los responsables de dicha fermentación, y consiguió aislarlos de un cultivo de leche fermentada, llamándolos bacterias acidolácticas (LAB de sus siglas en inglés), para que más tarde Josep Lister aislara la primer acepa de probióticos conocida, la Bacterium Lactis.
Si bien ambas bacterias se extrajeron de fermentos lácteos, cabe mencionar que éstas bacterias en realidad proliferan en medios ricos en carbohidratos, almidones y azúcares, y por tanto no provienen de la leche en sí misma (véase el apartado Consejos dietéticos; "Como eliminar los lácteos de la dieta", ácido láctico).
En los últimos 150 años se han sucedido numerosas investigaciones exitosas en el campo del estudio de las bacterias, tanto de aquellas benignas como nocivas para nuestra salud, de modo que hoy podemos afirmar que las bacterias proliferan por millones en nuestro tracto digestivo -en los intestinos de cada persona viven unos 100 billones de bacterias de centenares de especies diferentes-, ayudándonos a : mejorar nuestras digestiones y tomar de los alimentos las vitaminas, minerales y nutrientes que ayudan al correcto desarrollo y función de los órganos de nuestro cuerpo, a protegernos de la agresión de patógenos externos nocivos, eliminar toxinas o reforzar nuestro sistema inmunitario.
A cambio, nuestros intestinos les confieren un hábitat y alimento constante.
Las bacterias probióticas [de la etimologia griega “pro bios”, que significa “para la vida”]. más conocidas son las que encontramos en los productos fermentados como el yogur obtenido de la leche, los Lactobacillus, pero las hay de muchos tipos, como Lactobacillus casei, Lactobacillus bulgaricus, Bifidobacterium bifidum y Streptococcus thermophilus.
A éste hábitat de colonias bacterianas lo llamamos Flora Intestinal, y ésta es especialmente sensible, no sólo a patógenos que intentan penetrar en nuestro organismo desde el exterior, si no también y como recientemente se ha descubierto, a nuestros cambios de humor, de modo que el estrés puede tener consecuencias catastróficas en nuestros intestinos.
Nnuestro cuerpo está dotado de un sistema nervioso central (cerebro y espina dorsal) y un sistema nervioso entérico que es el sistema nervioso intrínseco del tracto digestivo, ambos están interconectados, de modo que a menudo aquello que nos preocupa, no sólo se reflejará en nuestro humor, si no que nuestro cerebro segregará sustancias que afectarán tanto a nuestro estado psíquico como físico: investigadores de la UCLA (Universidad de California de Los Ángeles) afirman en recientes estudios que "[...] el cerebro manda señales a su intestino, que es la razón por la que el estrés y otras emociones pueden contribuir con los síntomas gastrointestinales. Este estudio demuestra lo que se sospechaba pero que hasta ahora no había sido probado únicamente en estudios en animales: que las señales también viajan en sentido contrario.”
Ante situaciones estresantes o irritantes, el cerebro envía señales de alarma que activan nuestros intestinos, por ello el estrés puede conducirnos a malas digestiones, que a su vez pueden provocarnos cólicos (diarreas) y en consecuencia a estados carenciales, que a su vez refuerza nuestro mal humor, nuestra ansiedad, estrés…y vuelta a empezar.
El SII (Síndrome del Intesinto Irritable) es una enfermedad inflamatoria intestinal que sufren algunas personas como consecuencia de una extrema sensibilidad de los intestinos ante situaciones estresantes, pero hay otras muchas patologías que “dañan” nuestros intestinos, como es el caso de las alergias o intolerancias alimenticias, en las que nuestras defensas atacan proteínas creyéndolas una amenaza para nuestro organismo: es el caso de las personas celíacas o con enteropatía al gluten, cuya la flora intestinal se atrofia al atacar la proteína gliadina, en el caso de la intolerancia a la lactosa, la flora intestinal es incapaz de absorber la lactosa debido a un déficit de la enzima lactasa, en el caso de la espondilitis anquilosante, la flora bacteriana ataca por error la bacteria klebsiella pneumoniae (una bacteria que se nutre del almidón y los polisacários) poniendo en pie de guerra nuestro sistema inmunológico para tratar de eliminarla, activando los eosinófilos que a su vez provocan la inflamación de articulaciones y tendones….
Con éstos procesos, la flora intestinal se daña gravamente, pero por suerte no de una forma irreversible, pues gracias a los probióticos podemos ayudar a repoblarla, en suma a una correcta alimentación.
Por ello, es bueno o bien disponer de suplementos probióticos o bien saber qué alimentos los contienen de forma natural: el chocolate amargo (cuanto más puro mejor, y por tanto con poco azúcar), el chucrut, el kéfir, el miso, tempeh, las aceitunas y pepinillos en salmuera o los yogures vegetales fermentados, son fuente de probióticos naturales, especialmente indicados en nuestro caso (personas con alergias/intolerancias) por lo cual merece la pena tenerlos a mano no sólo en nuestro día a día, si no también por ejemplo en nuestro botiquín de viaje .
Por ello, os recomendamos los siguientes probióticos que no contienen ni gluten ni derivados lácteos.
Las bacterias no sólo están presentes en el mundo que nos rodea, si no que forman parte de vegetales y animales, hasta el punto que el intestino humano está poblado de millones de ellas.
No hay que pensar que toda bacteria es patogénica en sí, más bien al contrario: cada bacteria cumple con un objetivo, aunque el ser humano se ha beneficiado especialmente de aquéllas que descomponen los alimentos en nutrientes saludables. Llevan millones de años cumpliendo con su cometido, y por ello se conoce de sus “beneficios” por distintas culturas.
Las bacterias, levaduras y mohos presentes en los alimentos son las responsables de la fermentación de los azúcares que los componen, transformándolos en nutrientes fácilmente digeribles y con valor nutricional, así los mongoles descubrieron que la leche a menudo se “fermentaba” confiriéndola un aspecto cuajado y burbujeante pero dotándola de un sabor especialmente agradable al paladar: la llamaron Kéfir.
Los pueblos de la Europa del este como Alemania, Alsacia y Polonia, descubrieron que si dejaban hojas de col en salmuera (remojadas en agua con sal) obtenían un alimento agradable al sabor y además altamente nutritivo: el chucrut.
Louis Pasteur demostró en 1857 que determinados microorganismos eran los responsables de dicha fermentación, y consiguió aislarlos de un cultivo de leche fermentada, llamándolos bacterias acidolácticas (LAB de sus siglas en inglés), para que más tarde Josep Lister aislara la primer acepa de probióticos conocida, la Bacterium Lactis.
Si bien ambas bacterias se extrajeron de fermentos lácteos, cabe mencionar que éstas bacterias en realidad proliferan en medios ricos en carbohidratos, almidones y azúcares, y por tanto no provienen de la leche en sí misma (véase el apartado Consejos dietéticos; "Como eliminar los lácteos de la dieta", ácido láctico).
En los últimos 150 años se han sucedido numerosas investigaciones exitosas en el campo del estudio de las bacterias, tanto de aquellas benignas como nocivas para nuestra salud, de modo que hoy podemos afirmar que las bacterias proliferan por millones en nuestro tracto digestivo -en los intestinos de cada persona viven unos 100 billones de bacterias de centenares de especies diferentes-, ayudándonos a : mejorar nuestras digestiones y tomar de los alimentos las vitaminas, minerales y nutrientes que ayudan al correcto desarrollo y función de los órganos de nuestro cuerpo, a protegernos de la agresión de patógenos externos nocivos, eliminar toxinas o reforzar nuestro sistema inmunitario.
A cambio, nuestros intestinos les confieren un hábitat y alimento constante.
Las bacterias probióticas [de la etimologia griega “pro bios”, que significa “para la vida”]. más conocidas son las que encontramos en los productos fermentados como el yogur obtenido de la leche, los Lactobacillus, pero las hay de muchos tipos, como Lactobacillus casei, Lactobacillus bulgaricus, Bifidobacterium bifidum y Streptococcus thermophilus.
A éste hábitat de colonias bacterianas lo llamamos Flora Intestinal, y ésta es especialmente sensible, no sólo a patógenos que intentan penetrar en nuestro organismo desde el exterior, si no también y como recientemente se ha descubierto, a nuestros cambios de humor, de modo que el estrés puede tener consecuencias catastróficas en nuestros intestinos.
Nnuestro cuerpo está dotado de un sistema nervioso central (cerebro y espina dorsal) y un sistema nervioso entérico que es el sistema nervioso intrínseco del tracto digestivo, ambos están interconectados, de modo que a menudo aquello que nos preocupa, no sólo se reflejará en nuestro humor, si no que nuestro cerebro segregará sustancias que afectarán tanto a nuestro estado psíquico como físico: investigadores de la UCLA (Universidad de California de Los Ángeles) afirman en recientes estudios que "[...] el cerebro manda señales a su intestino, que es la razón por la que el estrés y otras emociones pueden contribuir con los síntomas gastrointestinales. Este estudio demuestra lo que se sospechaba pero que hasta ahora no había sido probado únicamente en estudios en animales: que las señales también viajan en sentido contrario.”
Ante situaciones estresantes o irritantes, el cerebro envía señales de alarma que activan nuestros intestinos, por ello el estrés puede conducirnos a malas digestiones, que a su vez pueden provocarnos cólicos (diarreas) y en consecuencia a estados carenciales, que a su vez refuerza nuestro mal humor, nuestra ansiedad, estrés…y vuelta a empezar.
El SII (Síndrome del Intesinto Irritable) es una enfermedad inflamatoria intestinal que sufren algunas personas como consecuencia de una extrema sensibilidad de los intestinos ante situaciones estresantes, pero hay otras muchas patologías que “dañan” nuestros intestinos, como es el caso de las alergias o intolerancias alimenticias, en las que nuestras defensas atacan proteínas creyéndolas una amenaza para nuestro organismo: es el caso de las personas celíacas o con enteropatía al gluten, cuya la flora intestinal se atrofia al atacar la proteína gliadina, en el caso de la intolerancia a la lactosa, la flora intestinal es incapaz de absorber la lactosa debido a un déficit de la enzima lactasa, en el caso de la espondilitis anquilosante, la flora bacteriana ataca por error la bacteria klebsiella pneumoniae (una bacteria que se nutre del almidón y los polisacários) poniendo en pie de guerra nuestro sistema inmunológico para tratar de eliminarla, activando los eosinófilos que a su vez provocan la inflamación de articulaciones y tendones….
Con éstos procesos, la flora intestinal se daña gravamente, pero por suerte no de una forma irreversible, pues gracias a los probióticos podemos ayudar a repoblarla, en suma a una correcta alimentación.
Por ello, es bueno o bien disponer de suplementos probióticos o bien saber qué alimentos los contienen de forma natural: el chocolate amargo (cuanto más puro mejor, y por tanto con poco azúcar), el chucrut, el kéfir, el miso, tempeh, las aceitunas y pepinillos en salmuera o los yogures vegetales fermentados, son fuente de probióticos naturales, especialmente indicados en nuestro caso (personas con alergias/intolerancias) por lo cual merece la pena tenerlos a mano no sólo en nuestro día a día, si no también por ejemplo en nuestro botiquín de viaje .
Por ello, os recomendamos los siguientes probióticos que no contienen ni gluten ni derivados lácteos.
- Lactoflora
Formulado sin alérgenos: apto para celíacos, diabéticos e intolerantes a la lactosa, sin proteína de la leche, sin soja, sin frutos secos y sin cacahuetes.
Muy recomendable en casos de colitis diarréica, contiene probióticos, prebióticos y vitaminas, además de fórmulas específicas para lactantes o adultos.
Contiene :
Formulado sin alérgenos: apto para celíacos, diabéticos e intolerantes a la lactosa, sin proteína de la leche, sin soja, sin frutos secos y sin cacahuetes.
Muy recomendable en casos de colitis diarréica, contiene probióticos, prebióticos y vitaminas, además de fórmulas específicas para lactantes o adultos.
Contiene :
- 37.500 millones Bifidobacterium lactis Bl-04®*
- 10.000 millones Lactobacillus acidophilus La-14 ®*
- 2.000 millones Lactobacillus plantarum Lp-115®*
- 500 millones Lactobacillus paracasei Lpc-37®*
http://www.lactoflora.es/adultos/que_es.html
- Acidophilus +40 Advance de Solgar (especial para adultos)
Cápsulas vegetales, no contienen gluten, almidón, trigo, ni derivados lácteos.
Formulación especial para estados carenciales en adultos de más de 40 años.
Contiene las siguientes cepas :
- Acidophilus +40 Advance de Solgar (especial para adultos)
Cápsulas vegetales, no contienen gluten, almidón, trigo, ni derivados lácteos.
Formulación especial para estados carenciales en adultos de más de 40 años.
Contiene las siguientes cepas :
300 millones de microorganismos
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300 millones de microorganismos
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300 millones de microorganismos
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300 millones de microorganismos
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300 millones de microorganismos
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